viernes, 12 de agosto de 2011

Confiteria Richmond


Ubicada en Florida 468, y fundada en el año 1917, esta confitería fue durante mucho tiempo, y desde las primeras décadas, una cita obligada de políticos, artistas y gente adinerada.

La Richmond, en cuyo subsuelo continúan librándose apasionadas partidas de ajedrez y billar, reunió también a los colaboradores de Martín Fierro. Por sus mesas pasaron Borges, Marechal, Baldomero Fernández Moreno y Horacio Quiroga. También Eduardo Mallea, que dirigió durante muchos años el suplemento cultural de La Nación.


Desde su nacimiento, a finales de la primer década del siglo XX, este lugar se convirtió en una parada cotidiana de escritores, políticos, artistas, agentes de bolsas y enamorados de distintas partes del mundo.


“Y… hubo tres, pero sólo sobrevivió éste” Dice Valentin Angel, un mozo que trabaja hace 37 años en Florida 468. Una clara evidencia de que el modernismo y las costumbres, dejaron caídos y sobrevivientes. Muchos fueron los casos en que el destino ha decidido terminar con esos costados nostálgicos de la gran Buenos Aires. Los Richmond, de Esmeralda y Suipacha, ya no existen, solo quedaron los recuerdos.


Vaya si la esencia de las almas pudieran compartir aquellas ideas, discusiones y lecturas de aquellos intelectuales que emulaban el ritual del encuentro o el de las charlas, como lo hacían los “Socialistas de Boedo” en la esquina del café Homero Manzi.

Notables palabras fueron parte del aire que se respiraba en el Richmond, también la sala se perfumaba de ese chocolate caliente que siempre pedía Borges, acompañado por su dama, por la invisible compañía del inglés Herbert y por sus oraciones eternas. Asimismo, aquellos sillones auténticos, desde 1917 relucientes, tapizados de cuero, fueron anfitriones de veladas únicas e irrepetibles, todo aquello iluminado por las imponentes arañas holandesas que colgaban del techo.


Esta orilla porteña fue defendida por esos lúcidos, que se decían llamar “Los de Florida”; con lecturas e ideas que se mezclaban con los aromas del café, los vapores del té y los chocolates calientes. Ellos eran Leopoldo Marechal, Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges, eran “los caballos del tablero” que contraatacaban el mal uso de las palabras. “Los de Florida” tenían como necesidad la elevación de la cultura y el noble propósito de la justicia.


Pues, Richmond es un mundo aparte. Tranquilo, bello y único. Amado por aquellos matrimonios de abuelos que desayunaron, quizás, un té para empezar a disfrutar de la ciudad, pero con el paso de los años, era más bien un melikraton para el alma. Las rivalidades fueron los pétalos de las leyendas en aquella vereda porteña, como ese grupo imponente de “Los de Florida” que desafiaban a “Los socialistas de Boedo” y los ajedrecistas enemigos pero que eran verdaderos amigos.

En este costado del mundo; encontramos la paz, las lecturas ya eternizadas en los recuerdos de pocos, las charlas de aquellos agentes de bolsas que vienen antes de que Valentin Angel empezara a trabajar, los debates políticos en el fondo para que nadie escuche, los turistas que encuentran un estilo inglés en cada espacio, pero conquistado por la energía porteña. Como también esos clientes esporádicos que entran para pasar el rato pero corren el peligro de ser hechizados por aquellas huellas enriquecidas que han enaltecido desde el 21 de diciembre de 1917, un gran reinado.

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